Cuando un investigador es capaz de publicar tantos artículos en una revista especializada es que están fallando los controles
Todo empezó con unas cotorras supuestamente infectadas por una bacteria que podía transmitirse a los humanos, según decía Jesús Ángel Lemus, un investigador de la Estación Biológica de Doñana. Las cotorras, especie invasiva donde las haya, estaban colonizando Barcelona de tal manera que allí donde estaban ellas apenas se oían otros pájaros. El estudio alarmó, lógicamente, a las autoridades sanitarias, temerosas de revivir una crisis como la causada en los años ochenta por episodios graves de asma, en los que murieron más de 20 personas por un agente desconocido que resultó ser la soja que se descargaba en el puerto. Para su alivio, al realizar sus propios análisis, los datos no cuadraban.
Ahí saltó la alarma. Un año después, nada menos que 24 de las 36 publicaciones científicas en las que figura como autor ese investigador han resultado “sospechosas” de fraude para el Comité de Ética del CSIC, organismo del que depende. Algunos contienen datos falsos, otros citan como colaboradores a empresas que nunca han participado y en varios de ellos hasta aparece un investigador fantasma que no existe y que sin embargo firma con Lemus los artículos.
Que un investigador pierda la cabeza por lograr notoriedad, o por lo que sea, entra dentro de lo que es posible en el mundo de la ciencia. Al fin y al cabo, los científicos son tan humanos como los demás y están sometidos a la mismas tentaciones que cualquiera de los que aparecen en las noticias sobre corrupción. Si se confirma el fraude, la osadía de Lemus, siendo muy grave, estaría aún lejos de la que demostró tener el científico coreano Hwang Woo Suk, que en 2005 logró aparecer en las portadas de todo el mundo con el que se consideró el descubrimiento del siglo, la clonación humana, que resultó ser completamente falsa.
Como en el caso de Hwang, la gravedad del caso radica en que el presunto impostor haya podido publicar en las más prestigiosas revistas científicas. ¿Quién revisó esos trabajos? ¿Quién supervisaba al investigador mientras los hacía? Cuando un científico puede colar tantos textos sospechosos, la comunidad científica ha de cuestionarse muy seriamente sus sistemas de control. Porque es evidente que no funcionan.