Contar con una ‘Estrategia nacional de conservación’ y haber sido declarada, mediante ordenanza municipal, como el ave símbolo de la ciudad no han permitido mantener y mejorar la población en estado natural del papagayo de Guayaquil (Ara ambiguus guayaquilensis), que se encuentra en peligro crítico de extinción y del que mañana, 21 de julio, se conmemora su día.
Esta, una subespecie del guacamayo verde mayor (Ara ambiguus), se distingue por su brillante plumaje verde y en sus alas se encienden cobertoras azul turquesa que por la cola se entremezclan con rectrices naranja. Y porque arriba, justo antes de que el pico comience a encorvarse, sobresale una cresta roja.
En 2005, año en el que tanto la ‘Estrategia nacional de conservación in situ (en su hábitat) del papagayo de Guayaquil’ –actualizada y cambiada a ‘Estrategia nacional de conservación del guacamayo verde mayor’ en el 2009– como la ordenanza del Concejo cantonal fueron expedidas como medidas de protección, la población ecuatoriana de esta rara avis se estimaba entre 60 y 90 individuos o 20 o 30 parejas en estado natural.
Eric Horstman, director ejecutivo de la Fundación Pro-Bosque, institución situada en el Bosque Protector Cerro Blanco y que ha emprendido diversos programas y acciones para garantizar el futuro del ave, estima que ahora hay entre 40 y 50 individuos.
El bosque seco de la cordillera Chongón Colonche y el bosque húmedo de la provincia de Esmeraldas son los dos principales hábitats de esta especie, pero allí corre peligro por la deforestación y la cacería.
En cautiverio sobreviven 53 individuos producto de decomisos, entregas voluntarias y de otros centros de rescate y zoológicos del país. Están distribuidos en amplias jaulas en el Cerro Blanco, Parque Histórico y el Centro de Conservación de la Fundación Ecológica Rescate Jambelí, que trabaja desde 1996 en la conservación ex situ (fuera de su hábitat) y reproducción en cautiverio del ave.
Esta medida, a criterio de Joaquín Orrantia Vernaza, director de Rescate Jambelí, es una alternativa viable para la recuperación de especies en peligro de extinción como el papagayo de Guayaquil.
La reproducción en cautiverio también permite dar paso a la reintroducción de especies a su entorno natural, lo que según Horstman, ayudaría a aumentar la población del Ara ambiguus guayaquilensis.
El biólogo Mauricio Velásquez, que impulsó la declaración del ave como símbolo de la ciudad durante su gestión en la dirección municipal de Medio Ambiente, coincide en que se la debe reintroducir en ciertos parches de vegetación con protección adecuada y seguirlas con radiotelemetría (técnica de medición de distancias por emisores y receptores de ondas de radio), como se hace con los cóndores en la región andina.
Sin embargo, Horstman dice que todavía hay mucho trabajo por hacer para “preparar la cancha”, para que cuando se libere a los papagayos las condiciones sean aptas y puedan sobrevivir. Al no haber esas garantías, las seis especies que se quiere reinsertar al bosque de Cerro Blanco siguen a la espera de poder volar libres.
La principal limitante para cualquier iniciativa, reconocen las fuentes consultadas, es la falta de presupuesto.
Sin fondos, dice Horstman, tampoco se puede implementar un mayor monitoreo de la especie, punto clave de la ‘Estrategia nacional de conservación’ que “está un poco moribunda”.
Orrantia cree necesario, para trazar un exitoso camino hacia la supervivencia del ave, la reducción suficiente o eliminación total de las amenazas que enfrenta. Esto podrá lograrse con estrategias integradas y actuando coordinadamente hacia los mismos objetivos, incluyendo a la ciudadanía en el proceso, para que se preocupe por su entorno y no compre estos animales que, según Velásquez, llegan a costar, según el país, entre 2.000 y 3.500 dólares.
En las temporadas de lluvia anteriores, en lo profundo del bosque se llegó a ver en una sola bandada hasta once papagayos, pero en los últimos tres o cuatro años esto no ha sido posible.
Las 6.078 hectáreas no son suficientes para garantizar la supervivencia de la especie. “Cerro Blanco está quedándose como una isla. No es que sales del límite del bosque protector y encuentras otros remanentes, sino que hallas urbanizaciones, canteras, que muchas veces no permiten que las especies salgan, o si salen, se mueren. Donde todavía tenemos conectividad es en la parte oeste hacia la vía la costa, estamos trabajando para implementar un corredor biológico para conectar los parches de bosque”, indica Horstman, que comenzó a trabajar en el sector hace 24 años cuando la última urbanización era Puerto Azul y por donde era normal ver volando al ave de la ciudad.
Pero que se reconozca el área como corredor biológico podría no ocurrir si se llegase a concretar la construcción de una carretera alterna a la vía Guayaquil-Salinas, porque esta atravesaría la cordillera Chongón Colonche.
Otro problema es que algunos dueños de plantaciones aledañas ven a los papagayos de Guayaquil como una plaga para sus cosechas. Además de alimentarse de semillas del cocobolo, el ave come mazorcas cuando todavía están verdes. Los agricultores les disparan para no perder sus maizales, refiere Horstman. Otros, en cambio, talan el pijío, árbol que en Cerro Blanco es el predilecto de esta ave para anidar.
Lo ven como un riesgo para sus tierras, porque dentro de su corteza la madera es similar a la de la balsa: blanda, esponjosa, característica que traducen como la causante de sequías, cuando no es más que una estrategia para captar reservas de agua durante el invierno y poder mantenerse vivas durante la temporada seca.